|
Oscar Nicastro (del lado derecho) |
Hacía una semana que revoloteaba en mi cabeza el nombre del presidente de la Asociación de Pádel Argentino (APA), Oscar Nicastro. Entonces pensé de qué forma podría contactarme con él y hacerle una entrevista cara a cara antes del 25 de septiembre. El domingo 18 intenté barajar otra alternativa: armé una lista de jugadores de clubes de barrio. Finalmente elegí como segunda opción a la Asociación de Clubes de la Ciudad de Buenos Aires (ACCP).
A pesar de la alternativa propuesta, comprendí que hay temas puntuales (rendimiento del pádel argentino en el mundo y equipo de la selección nacional que solo Nicastro podía contestar.
En la tarde del lunes 19 del mismo mes, busqué por internet el número de teléfono del ente madre que representa al país a nivel internacional. Cuando lo encontré, lo anoté en un borrador.
Más tarde me senté cómodo en el sillón del living de mi casa y llamé por celular. Cuatro veces sonó el tono del teléfono. Ninguna persona atendió. Solo se escuchó la voz del contestador automático: "Gracias por comunicarse con la Asociación. Por favor, después del tono deje su mensaje (pi..)". Me negué a dejarles un mensaje.
Cuatro horas después, levante nuevamente el tubo para poder comunicarme con ellos. La respuesta fue idéntica. Traté de serenarme, no caer en pánico. Decidí llamar al día siguiente...
El martes las cosas siguieron de igual manera. A las dos de la tarde, llamé y saltó la frase clásica. Con el tiempo tapándome hasta el cuello, consulté al local Padel Center: negocio de venta de indumentaria de este deporte y principal página suministrador de información de la práctica en Argentina. Un joven me afirmó que ellos siempre les responden.
Los nervios y las ansias me mataron. Una hora después, agarré la dirección de la institución: Esmeralda 1075 - piso 3 - oficina 38 y me dirigí hasta allí, sin certeza que me atendiesen. Antes de partir, salí al balcón para ver cómo estaba el tiempo. Tuve que ponerme una campera azul, a causa del viento frío que soplaba intensamente.
Coloqué algunos papeles dentro de la mochila y cerré la puerta de entrada del edificio. Caminé hasta la intersección de las calles Humberto Primo y Piedras. Luego enfilé derecho por Piedras hasta llegar a Carlos Calvo, esquina donde estaba la parada de colectivos.
Sabía de antemano que la línea 17 me dejaba a unos metros de la asociación. El transporte de color verdoso claro con franjas horizontales negras era inconfundible. De aquí hasta aquél lugar me separaban 22 cuadras.
Cuando llegué a la parada, me senté de brazos cruzados en una escalera. Nadie estaba esperándolo. Las personas transitaban a menudo esta calle al igual que los bondis de las líneas 9, 10 y 45. Luego de 15 minutos, apareció el colectivo. Arrimó la carrocería cerca de la acera y paró instantáneamente.
El viaje duró 20 minutos. El tránsito a paso de hombre impidió el arribo tempranero. Yo me quedé parado a lo largo del trayecto. Para no desequilibrarme, me sujeté con unos caños de aceros que colgaban por encima de las ventanas de los asientos.
Apenas el colectivo dobló en Avenida Santa Fe y Esmeralda, me bajé. Caminé hasta la dirección exacta. Observé a hombres de saco y corbata, mujeres y extranjeros que cruzaban esa avenida. En cambio, los automóviles hacían sonar sus bocinas.
Llegué sin problemas. Lo primero que me sorprendió fue la construcción: era un departamento común y corriente. Tenía, creo, cinco pisos que sus ventanales daban por Esmeralda. No había ningún inscripción que diga "Asociación de Pádel Argentino". Me dí cuenta que la entrada de recepción estaba cubierta de un techo macizo.
Extrañado, me acerqué al portero eléctrico y toqué el botón del piso 3, oficina 38. Sin respuestas. Dos veces más hice lo mismo y... nada. La tensión volvió a reinarme.
Llamé al portero del edificio, que se encontraba sentado en una oficina del pasillo de planta bajo. Él no me abrió la puerta, sino que hizo señas para que le hablara mediante el aparato eléctrico. Le pregunté: "¿Sabe sí acá esta la asociación de pádel?". "No, no. Creo que se mudaron a Belgrano. En esa oficina vive una chica.", me respondió. Mi reacción fue una combinación de bronca, desesperación y confusión. Sentí que realicé un viaje en colectivo que resultó inútil.
Terminado la conversación, me mandé un pique hasta la parada del 17 que quedaba en Avenida Santa Fe. El reloj que llevaba puesto indicaba que eran las cuatro. Mientras aguardaba que apareciera, reflexioné. Solo podía hablar con la ACCP. Por lo tanto arreglé un reportaje para esos días con Aldo Alvarez, director deportivo. No hubo inconvenientes.
El 3 de octubre hice una llamada al hogar donde tiene como autoridad máxima a Nicastro. Me confirmó una mujer que "sí era la asociación". Ella propuso que el día 11 le envié un e-mail para acordar una posible entrevista.
Esta experiencia deja una moraleja: insistir con algo, sin perder la brújula. Y también: Siempre tener un "Plan B". Lo que sucedió no se lo deseo a nadie. A nadie. Amén.
SIEMPRE PICA ADENTRO